jueves, 16 de julio de 2009

¿Optimista o gilipollas?

Había decidido huir del agobiante calor.
Nada mejor que viajar directamente al invierno. Tenía dos billetes para Sudáfrica. Y una cabaña reservada en la estación Tiffindel (gracias google).
El viaje resultó bastante fácil. Sin esperas innecesarias y sin incomodidades significativas. Me santarían bien unas vacaciones en la nieve para huir de hirvientes cristaleras.
Las complicaciones vendrían después.

Al colocarme los esquís ya noté una sensación extraña. Un presagio. Algo malo podía pasarme.
En ese momento, un cañón de nieve artificial se activó a escasos centímetros de mi cara. El chorro me impactó de lleno. Perdí mi precario equilibrio y caí pendiente abajo en el peor descenso que se recuerda en los anales del esquí moderno. Y del antiguo.
En mi vertiginosa bajada, oía detrás de mí a monitores y socorristas dándome consejos que no llegaba a entender. Pero ya no había remedio. La pista se acababa. Un abrupto barranco se abría ante mí.

Caí. (AAAAAAahhhhhhhhhgggggrrrrrrr!!!!!!!; pincha aquí para escuchar el alarido de terror)
Fijo que alguno ha picado.

Pasó mucho tiempo hasta que pude abrir los ojos. Fui consciente en todo momento de mi estado. Imágenes de antes del accidente acudían incesantemente a mi herida cabeza.

Al principio entre brumas y después claramente, pude visualizar el presagio que creí intuir, en forma de anuncio por la megafonía: alguien pedía a los usuarios de las pistas se que alejaran de las zonas señaladas en rojo. Mis esquís hacían una extraña figura con unas líneas de color granate sobre las que estaba parado. A continuación, el agua a presión, el descenso aturdido y descontrolado, y una caída de decenas de metros entre nieve, rocas y árboles locales.
Que yo sepa, rojo no es granate; pero a ver quién se lo explica a esta gente.

Traté de pedir auxilio. La idea de pasar la noche roto y abandonado me hizo gritar cada vez más fuerte.
Pero en vano.
Sin voz y con lágrimas en los ojos, me dormí.

Un contacto áspero y caliente me despertó. Parecía un perro. Un San Bernardo me estaba lamiendo la cara. Qué asco, pero qué alegría. Cómo le olía el aliento. Seguro que se había bebido el barril y después se había deshecho de él. Menudo listo.
El San Bernardo me parecía sorprendentemente ágil, para el pedo que debía llevar después de haberse trincado el barril. Tiró de mí hasta que me sacó del agujero donde me encontraba, y siguió arrastrándome hasta llegar a la base de un árbol.
-Qué perro más inteligente, cómo me ha traído a lo que será el punto de encuentro. A ver si viene ya el helicóptero -pensé.
El perro me clavó sus garras en el forro polar y comenzó a subirme al árbol. Yo no daba crédito. Qué perro más bien entrenado. La de cosas que sabe hacer. Pero qué daño me estaba haciendo con esas uñazas. Más valdría que se las cortasen.
El perro colocó mi cuerpo inmóvil en una rama y comenzó a darme calor. Comenzó a desgarrarme la ropa, supuse que para que mi cuerpo se calentase antes al contacto con el suyo, y volvió a lamerme la piel.
Me empezaba a incomodar un contacto tan íntimo. Al fin y al cabo nos acabábamos de conocer. Logré enfocar la vista, y vi que el San Bernardo se parecía más a un gato grande que a un perro. Y qué piel más bonita; como con manchas. Pero tampoco me pareció raro. El cambio de hemisferio; ya se sabe.
Lo que más me extrañó (y me dolió) fue el mordisco que me dio en el trasero. Qué dolor. Y qué decepción. El perro se había dado por vencido muy pronto y había decidido sobrevivir en la nieve a mi costa antes de esperar el rescate. Qué horror. Debía pensar que estaba muerto. Traté de sacarle del error, y comencé a gritar lo más alto que pude. El perro interrumpió su banquete, me miró, y me soltó.
El impacto contra el suelo fue definitivo.
A partir de ahí ya no sé qué pudo pasar.
Supongo que el perro vio algo que le asustó y por eso me dejó caer. Debió ser el helicóptero.
Debe estar al caer.
No siento nada, pero gracias a este amable San Bernardo, seguro que salgo de esta.
Si alguien me escucha, dono el 40 % de mis ingresos a la Asociación de Amigos del Perro de Montaña.
O del leopardo de las nieves.
Chao.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Para mi que todos los que esquían son unos pijos. Bien merecido os lo tenéis.

El Padrino dijo...

Algo me dice, mera intuición, que estás jugando al despiste. Ahora tratas de confundirnos. Te montas una excursión alpina a Sudáfrica (¿?) (como lo lea un agente turísitico se forra, fijo, así que paténtalo), y confundes un perro con un gato. No sé, no sé...
Yo diría que en casa has dicho que ibas a por tabaco.
Por cierto, y si lo que cuentas fuera cierto, no sería que el perro, tampoco es un gato, sino un canguro juguetón. A ver si te equivocaste de vuelo y acabaste en Australia, también muy conocida por sus pistas de esquí, como todo el mundo igonora.

Anónimo dijo...

Ya. Que te has despertado y no tienes ni idea de quien estaba a tu lado. A mí eso nunca me ha pasado -lo del felino, digo-

Estoy espesa.

Anónimo dijo...

hay que sobrevivir, como se pueda

Nadia dijo...

Me parece haber visto un lindo gatito!
Ains vecino que cosas os pasan a los que tenéis dinero...